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miércoles, 13 de febrero de 2013

Retrato: Joseph Aloisius Ratzinger


Y un día el mundo descubrió que en una ciudad de Italia llamada Roma, dentro de sus confines, existía un Estado pequeño llamado Vaticano que era presidido por un hombre al que llamaban Papa.
Ese mismo día el mundo asombrado se enteró que éste Papa, anciano de 85 años llamado civilmente  Joseph Aloisius Ratzinger y conocido como Benedicto XVI para los fieles católicos, apostólicos romanos seguidores de la fe de Cristo, estaba agotado, falto de fuerzas como cualquier mortal para continuar adelante con la tarea evangelizadora que le fuera encomendada hace ocho años atrás.
Y el pastor, el representante de Dios en la tierra, el sumo Pontífice de la fe que más adherentes tiene en todo el mundo dijo: “Después de haber examinado ante Dios reiteradamente mi conciencia, he llegado a la certeza de que, por la edad avanzada, ya no tengo fuerzas para ejercer adecuadamente el ministerio petrino"
Y varios, vanidosos y simples opinólogos de todo, salieron a cuestionar su decisión.
Que de la Cruz, nadie se baja. Que Juan Pablo II marcó un camino de perseverancia y sacrifico y que él debiera hacer lo mismo.
Como va a renunciar un Papa; acaso el Papado es un empleo?
Inconscientes y vanidosos mortales.
Las sandalias de Pedro deben ser muy, pero muy pesadas para llevarlas a diario en este convulsionado mundo que nos toca vivir.
Se comprende entonces la decisión del Santo Padre que en su renuncia aunque sin decirlas repite las palabras del Nazareno "Señor, aleja de mí este cáliz"
El 28 de febrero próximo a la hora 20, Benedicto XVI dejará para siempre el trono de Pedro, por propia voluntad.
Ese gesto de honradez y desprendimiento, ese reconocimiento de sus propias debilidades lo convierten en un verdadero ejemplo de la doctrina de la Iglesia Cristiana que puede resumirse así "Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios"

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