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lunes, 9 de enero de 2017

Cosas de la vida breve 15.

¿Es amor?
De alguna manera creo que te quiero. Bueno, me parece quererte.
No sé, es difícil entenderlo, porque yo no lo entiendo al menos.
Vamos a ver, sé que estoy bien contigo, que te conozco lo suficiente como para justificar tus tonterías, tus errores e incluso tus maldades.
También sé que me aprecias lo suficiente como para disculpar mis debilidades y mis mentiras.
¿Y todo eso junto es el amor?. ¿Y si eso no es amor, qué carajo es?
Tengo que quererte, es necesario que te ame, de otra manera no podría explicar un montón de cosas.
Sí, ya sé que me expreso con vulgaridad, que mi vocabulario es el de la calle, pero mi dolor es tan grande como mi amor y este es tan sublime como el de cualquier poeta, use las putas palabras que use.
Pero no quiero desviarme de lo que estaba razonando. Decía que debería de quererte, que es necesario que te quiera, que tengo que quererte porque hemos pasados muchas cosas juntos y nos conocemos muy bien.
Tú sabes cuándo finjo y sabes cuándo oculto mis debilidades y cómo pienso en mi infancia al decir aquello de que "ningún verdadero hombre imita a su padre".
Sí, intimidades, secretos, complicidades entre tú y yo que van más allá de lo que dos amantes podrían confesarse.
Eso debe de ser amor, seguro, ¡maldito sea! 

El encuentro

No he visto cómo mueren los hombres al ser desgarrados por las violencias.
Jamás me he acercado al borde de la realidad tranquila que configura mi entendimiento. No he conocido el dolor por el túnel profundo que en la piel y la carne provoca el cuchillo ni sé cómo quema el hueco que la bala deja. No he asistido al acto animal en el que un ser aniquila a otro.
Por supuesto, ese otro nunca he sido yo. Tampoco el de agresor ha sido mi papel jamás.
Nunca he padecido infortunio de violencia salvaje sobre mí.
Ninguna parte de mi cuerpo ha sido rota ni dañada por golpes brutales y reiterados. No sé lo que es la locura del dolor ininterrumpido.
Soy el ser feliz que ve y lee lejanas noticias de dolientes humanos, tan distantes, que parecen sacados de una película con final triste.
Soy el que un día, al amanecer, vio ante sí el cuerpo tendido de un hombre sobre la acera.
Nadie transitaba. El día iniciaba su luz.
Soy el que se apartó del bulto arrugado e inmóvil, en postura confusa y extremada en sus giros, como si sus articulaciones estuviesen dislocadas provocando dobleces inverosímiles en brazos y piernas.
Soy el que pensó en su prisa y su tiempo, en su cómoda rutina, en su segura distancia y lejanía.
Soy el que, huyendo, se dijo que aquel encuentro debería de ocurrirle, un poco más tarde, a otro.

Entierro

Llovía sobre los asistentes al entierro, y la lluvia densa creaba tal atmósfera de recogimiento y soledad absoluta, que parecía aislar en un momento eterno a los allí reunidos.
Descendió el ataúd a la tierra, y pronto todos los deudos del muerto comenzaron a dispersarse en silencio; pero en el suelo, justo donde, en pie, habían estado los tristes familiares, quedó impresa su huella en el blando suelo mojado.
Cuando llegó la noche, ya la reciente fosa cerrada y el cementerio en soledad, la lluvia cesó y la luna dejó ver las huellas en derredor de la tumba. 
Entonces, como espectros sobre el invertido bajorrelieve de esas pisadas, se vio a los que allí habían penado esa tarde, de pie, translúcidos y rodeando al sepultado, para espanto de las habituales almas del lugar.



Recopilación y adaptación de textos anónimos:
fuente: www.escolar.com
Foto de Eduard Gordeev "Lluvia en Moscu"




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